Contra el suicidio de la universidad

Lo que a Ortega le ha pasado en los últimos setenta años tiene aroma de dramón bíblico. Ha sido víctima asidua de la dependencia beata que repudió tantas veces (aunque la fomentó también) y se le ha usado para casi todo sin mucho sentido del decoro y casi siempre precisamente para aquello que no servía ya, aunque hubiese servido en su momento.

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